miércoles, 20 de mayo de 2020

Una historia de difamación y calumnia: La Caza (Jagten, Thomas Vinterberg, 2012)

Actualmente vivimos en una sociedad cada vez más sensibilizada y concienciada con el grave crimen y drama de la pedofilia, pero a su vez, tan predispuesta al prejuicio, al escarnio, a la estigmatización social y al linchamiento público movido por la presión de las masas. En estas latitudes nos encontramos ante la historia de Lucas (titánica la interpretación de Mads Mikkelsen), un profesor de guardería divorciado que intenta rehacer su vida con una nueva pareja y su hijo habido de su fallido enlace anterior. De una reputación intachable, Lucas era querido por la gente que habitaba el pueblo donde vivía y donde estaban todas sus amistades. Sin embargo, la infantil acusación de una de las niñas a las que cuida en la guardería, y a su vez, hija de su mejor amigo, precipita todos los trágicos acontecimientos.


De este modo, Thomas Vinterberg, cofundador del movimiento Dogma 95 junto con Lars Von Trier, nos vuelve a conmover, indagar e impactar con una historia aparentemente sencilla y muy realista, pero de fondo terriblemente complejo, frío, desgarrador, polémico y de una enorme carga social. Fiel heredero del gran cine danés, se me viene a la mente Bergman y Dreyer, y de la película The Children`s Hour (W. Wyler, 1961), este director nos presenta como un suceso cotidiano puede tornar en auténtica catábasis. De este modo, Lucas, es acusado injustamente de cometer abusos contra menores. El rumor corre como la pólvora, y pronto, sin que medie la una institución de por medio, los habitantes del pueblo hacen suya la ley como si de un derecho natural se tratase, y empiezan a señalar, marginar y perseguir (el título de la película no está escogido al azar) al pobre Lucas sin que este sepa muy bien cómo protegerse. A él, y a sus seres queridos, como si el estigma de su pecado fuese extensible a aquellos que le rodeaban, incluyendo a Fanny, su fiel e inseparable perra.


Así, la vida de una persona puede cambiar de la noche a la mañana por una falsa acusación y por la presión de la masa que únicamente apunta con su dedo inquisidor a Lucas. En la película no aparecen juicios, ni abogados (más allá de alguna mención esporádica), ni investigaciones policiales, ni nada de esto, no interesa puesto que lo que verdaderamente prima en la producción es filmar el comportamiento humano. Por dicho motivo, la obra de Vinterberg analiza con sumo detalle y cuidado el modo en que se expande el tumor dentro de una pequeña población y cómo se empieza a castigar a Lucas en base a un delito que jamás ha cometido. Su inocencia queda pisoteada y rota en mil pedazos fruto de un bulo y una calumnia. En consecuencia, será apartado, perseguido, golpeado y, sobre todo, herido en su alma. Una auténtica oda al cine son esas escenas cotidianas, en apariencia, como ir a un supermercado o a la iglesia, que se convierten en tortura, indignación y suma melancolía en Lucas y en los espectadores. Todo con un tono sencillo, filmado de una manera sobria y templada, que nos hace introducirnos en la piel del personaje que encarna Mads Mikelssen, para sufrir, llorar, destrozarnos y maldecir la paranoia y lo manipulable que es la sociedad en determinados momentos.


Por ello, nos encontramos ante una historia de psicosis, impotencia, difamación y calumnia ante un hombre amable y cariñoso que cae en desgracia por un desafortunado rumor fruto de una niñería. Al final todo se reduce a qué es mentira y qué es verdad. Todo, en resumidas cuentas, no es más que un ejército de metáforas y, en este mundo, nunca se soluciona nada. El tiempo nunca termina, es plano, y todo se repite una y otra vez. Por ello, cuando creemos que nuestro protagonista recupera su cordura, realmente, no lo hace. Siempre estará estigmatizado. Nunca nadie olvidará ese rumor. Siempre estará en el punto de mira de un rifle para cazar.




José Ángel Castillo Lozano


domingo, 10 de mayo de 2020

Bajo el hielo, Permafrost (Permagel, Eva Baltasar, 2018)




¿Qué es el permafrost “humano”?

El permafrost es el sugestivo título de la novelista catalana Eva Baltasar que con esta minimalista novela se dio a conocer en el mundo de la literatura hispana a través de una narración en primera persona, bajo una apariencia entre la memoria y lo poético, el proceso formativo de una mujer diferente, de una persona hipersensible ante la hipocresía de la sociedad y sus metas prefijadas como es la de la búsqueda cuasi permanente e infantil de la felicidad. El título de esta obra hace referencia a ese suelo congelado de las regiones frías y periglaciares pero que es esencial para la vida en determinadas regiones en esos momentos en que se descongela por ser el almacén de grandes reservas de carbono orgánico.
Este título es muy acertado puesto que Eva Baltasar usando el símil de este suelo congelado, nos presenta un personaje femenino encerrado en sí mismo, congelado en apariencia, que se resiste a establecer cualquier tipo de relación con su género salvo para satisfacer sus apetitos sexuales. Todo se sumerge en una concepción por parte de su protagonista de un mundo vacío, sin metas, sin objetivos, desgarrado por la presión del exterior, etc. En otras palabras, a través de un hábil recurso de presentarnos una narrativa disruptiva que nos lleva al pasado y al presente a modo de diario, se nos presenta a un personaje misántropo y encerrado en sí mismo. Lo único que le importa es leer y aislarse del exterior. Ni siquiera el eventual deseo sexual de esta lesbiana le corresponde en un sentimiento de amor, todo lo que hace le lleva a una sinrazón, a un estado de vacío, a la nada y a un permanente y erótico deseo con el que coquetea en muchas páginas como es el del suicidio que se alza en gran parte de la novela como la única herramienta lógica para acabar con la sinrazón del mundo que nos rodea. De hecho, creo que es indudable la huella de Cioran en esta novela puesto que nuestra protagonista hace suyas esas palabras del filósofo rumano que dicen así: “El hecho de que yo exista prueba que este mundo no tiene sentido (…) Que el mundo haya permitido la existencia de un ser como yo prueba que las manchas sobre el Sol de la vida son tan grandes que acabarán ocultando su luz” (En las cimas de la desesperación).
Más allá de este recorrido interno a los infiernos personales del personaje, le tenemos que añadir, que todos estos demonios internos se ven aún más potenciados al desarrollar sus relaciones siempre inestables con sus amantes (al mismo tiempo que nos elabora un muy interesante ensayo sobre la naturalidad de sus relaciones con otras mujeres y en su búsqueda de la identidad sexual, muy descarnados e irónicos son sus diálogos con su tía y su hermana sobre estos temas) y, sobre todo, con su familia. Aquí es donde más se desarrolla el personaje en contraste con un padre en un eterno papel secundario, una madre anclada en el pasado, asfixiante y controladora, y una hermana convencional que solo busca el matrimonio y tener hijos como forma de dar sentido a su vida. De este modo, la lucidez de Eva Baltasar a la hora de recrear personajes maniqueos y confrontarlos con otra realidad existente, aunque oculta, es del todo mágico. Porque al final, todo estalla, ese supuesto aislamiento del que hace gala el personaje, es solo una fachada, el ser humano no puede vivir de manera aislada y, al final, el dolor, la soledad, la frustración (interesante es su vocación creadora malograda como artista que intenta compensar con el estudio de la Historia del Arte) y la amargura recorre nuestro permafrost particular por mucho que lo ocultemos y nos engañemos a nosotros mismos.
En conclusión, nos encontramos ante una novela íntima que asimilándose al tono de “Esa visible oscuridad” (Styron, 1989), nos hace recorrer en un tono íntimo e impecable, sin más argumento que los deseos de un personaje que se debate entre el hedonismo, los placeres carnales y la muerte (suicidio) como única meta hasta que encuentra la ternura y el amor hacia su sobrina y ahijada en un momento de muerte, destrucción y amargura.

José Ángel Castillo Lozano

sábado, 4 de abril de 2020

Un camino hacia la redención: “Salvación” (Miguel Sánchez Robles, 2017)




Hace poco este libro cayó en mis manos. No había leído nada de este autor, aunque tenía muchísimas ganas de degustar algo suyo puesto que da la casualidad que este literato dio clases de historia en uno de los institutos donde yo trabajé en Caravaca de la Cruz. Por suerte, en estos tiempos tan excepcionales que nos ha tocado vivir, decidí, previo préstamo de mi pareja, empezar una obra suya: “Salvación” que, en cierta medida, también ha representado mi propio bienestar y refugio ante las malas noticias “biológicas” y ante el mundo tan radicalizado que se está abriendo paso entre los miles de muertos por esta pandemia. La sorpresa por esa prosa tan delicada, cuidada y lírica, ha sido el motivo por el que intento rendirle homenaje varias semanas después de finalizar su lectura a este libro en estas líneas, aunque, posiblemente, realmente lo que haga es quitarle su encanto.
Salvación es una obra que rompe esquemas y donde Miguel Sánchez Robles aprovecha el recurso literario del camino para encuadrar y desarrollar su historia. De este modo, de una manera autobiográfica, el autor realiza el camino de Roncesvalles hacia su destino final que es Caravaca de la Cruz, el poco conocido camino de la Vera Cruz. Aprovechando este devenir continuo de la senda, de lo espiritual, surge otro camino más interno, profundo, oscuro y doloroso. El camino de uno mismo. El camino interior que consiste en el hecho de conocerse, de ser capaces de explorar nuestro interior, de luchar contra nuestros demonios, de conocer nuestros sentimientos, de ser capaces de no destruirnos puesto que la guerra más cruel es la de uno contra uno mismo.
De esta manera, el autor nos propone un monólogo interior intercalado con ciertos pensamientos de su vagar a medida que va contemplando los diferentes enclaves en las duras jornadas del camino. Este monólogo del protagonista lo dirige ante su madre muerta. En otras palabras, realiza una oda a su progenitora, pero su mensaje únicamente está dirigido a la nada, y solo le responde el silencio del mundo.
Así, el autor nos hace partícipe de una serie de reflexiones, pensamientos, sentimientos y emociones de una manera muy bella. Nos sumergimos de lleno en el existencialismo (parece que bebe mucho del Sísifo de Albert Camus), en la espiritualidad (que no religiosidad, preciosos son sus relajadas reflexiones dentro de iglesias o recordando algunos oficios a los que acudía con su madre), en la soledad, en sus ilusiones y en sus anhelos. Todo ello desde una prosa profunda, lírica, armoniosa, casi musical donde la sabiduría, la erudición y la belleza van cogidas de la mano. Además, es muy bonito observar la evolución interna de estos soliloquios puesto que parece que siguen una evolución que termina desembocando en una redención. El protagonista/autor termina encontrando la paz interior, esa que le había sido tan esquiva durante tantos años por ese duelo ante la sociedad del ruido que le ha tocado vivir (en estos días pienso mucho en esa reflexión de Schopenhauer sobre el ruido, véase las noticias sesgadas y los bulos que son nuestro pan de cada día, y sus aciagos efectos sobre nuestra alma) y ante la pérdida de tantos seres queridos. Al final, encuentra su salvación, de ahí el propio título de esta recomendable obra literaria en mayúsculas. Un bello final para una historia bella. ¡Qué bonita es la palabra “Salvación”!
Por ello, esta obra es un camino espiritual que surge desde el corazón de una persona sensible que termina por darse cuenta de lo bella que es la vida y lo transcendental que es saber disfrutar de esos pequeños placeres que nos otorga la vida a modo de pequeñas cápsulas de felicidad. En definitiva, se trata de un texto musical lleno de sentimientos que nos hace acercarnos a esa luz mística para que ilumine nuestra vida y nos calme ese dolor que es estar vivos. Todo para acercarnos a esa eternidad y a ese consuelo que nos produce pensar en una definitiva muerte. Todo ello se consigue en ese viaje “terrenal” que va ligado a otro viaje más “metafísico/espiritual” del que nos hace cómplices y testigo este profesor jubilado de geografía e historia desde una sensibilidad, delicadeza y ternura que inunda todas y cada una de sus páginas.
José Ángel Castillo Lozano

sábado, 22 de febrero de 2020

Pórtico (Getaway, F. Pohl, 1977) y la incógnita de lo infinito del espacio y del alma humana



Hacía mucho que tenía esta obra en la lista de pendientes. Ahora, con el tiempo adecuado en mi particular Sanatorio Internacional Berghof, afronté su lectura, una lectura que no tendría que haber demorado tanto en el tiempo porque es muy sugerente e interesante puesto que, desde el marco de una distopía malthusiana donde el mundo está superpoblado, F. Pohl se mueve como pez en el agua a la hora de realizar un auténtico ensayo sobre los misterios de nuestros sentimientos extrapolándolo a un universo del todo desconocido para la raza humana.
De este modo, esta novela ganadora de los principales premios de literatura de ciencia ficción, parte de una premisa muy sugerente. El planeta Tierra está superpoblado y la sociedad humana está al borde del colapso como civilización. Ante esta tesitura, se empiezan a buscar otras alternativas para aliviar la presión demográfica de la Tierra, y en una de esas expediciones se encuentra una especie de base espacial de una raza desconocida (heechee) que podría ser la solución de la raza humana y que de manera instantánea se convierte en una reliquia y un lugar de peregrinaje de todo aquel que sueña con un futuro mejor.
De esta raza alienígena nada se conoce. Su tecnología es infinitamente superior a la humana y, para más inri, apenas se sabe nada de cómo hacerla funcionar para que resulte beneficiosa a nuestra sociedad. De este modo, los humanos presentes en la novela no se nos muestran como héroes sino como personajes llenos de dudas, miedos e incertidumbres, en muchas ocasiones, sobrepasados por la tecnología a la que se enfrentan y las situaciones a las que esta les lleva (introduciéndose de lleno en ese arquetípico problema humano sobre el uso de la técnica). Y aquí es donde llegamos a nuestro protagonista: Robbinette. El motor de su historia es la culpa, un sentimiento que carcome el alma de nuestro protagonista. Al respecto, es muy interesante como se trata el tiempo en la novela ya que tenemos dos líneas temporales muy marcadas. Por un lado, tenemos el presente donde Robbie (diminutivo del nombre de Robinnette) va a psicoterapia a la clínica de un robot IA bautizado por Robbie como Sigrid y es donde conocemos el interior del alma de esa persona a la vez que nos vamos enterando del pasado de esta persona. Por otro lado, tenemos el pasado de Robbie, de cómo llegó a Pórtico (donde juega un gran papel el azar de ganar una lotería) y de cómo hizo su riqueza en una de las misiones que lleva a cabo.
Me resulta muy interesante la cosmovisión de Pohl del futuro del mundo. Por dicho motivo, les coloca esa vía de escape, esa llave al Edén, que es simbolizado y representado por esa estación espacial conocida como Pórtico. Sin embargo, la entrada al Paraíso no era tan sencilla debido al escaso conocimiento de la tecnología de esa ancestral civilización heechee. Por esa razón, el usar las naves abandonadas hace milenios puede tener un precio muy grande: la propia vida. Esto es debido a que las naves solo vuelan en el modo automático, y el destino es del todo desconocido. Puede llevarte a un enorme descubrimiento por el que te pagarán una cantidad de dinero astronómico que te servirá para vivir de manera holgada toda tu vida o, por el contrario, te puede llevar a una estrella en combustión o a un agujero negro del cual ya no escaparas en toda la eternidad.
Desde este marco, Pohl aprovecha para divagar sobre la actitud humana. Unas veces imprudente, otras atiborrada de coraje y otras tantas llena de cobardía y terror. En este contexto, nos encontramos con un Robbie que es una persona mujeriega, cobarde, impulsiva e inactiva. Vive aterrado ante lo que le puede deparar un viaje en una de estas naves, pero al mismo tiempo no puede volver a su anterior vida de penurias en la Tierra. Por lo tanto, es una persona francamente insegura e inestable. Quiere ganar dinero, pero no se atreve ante los peligros que le puede abrir un vuelo desde una de estas misteriosas naves espaciales que nadie conoce realmente cómo funcionan. Su historia es la de una huida, la de una supervivencia cobarde de sentimientos enrarecidos, relaciones destructivas y llena de egoísmo. Así Frederick Pohl ha conseguido crear un personaje humano realista, lleno de debilidades que debe hacer frente a sus miedos, unos miedos que solo logra superar a base de impulsos o desidia, y que cuando realmente consigue hacer un gran descubrimiento por el que será condecorado y premiado, se arrepentirá por el camino en el que lo consiguió y la pena y la culpabilidad le carcomerán el alma por el resto de sus días.
Para ir finalizando estas pequeñas reflexiones sobre esta obra, debemos destacar que Pórtico se trata sobre todo de una novela de insatisfacción y cargada de enigmas, muy en la línea de otra de las novelas de Pohl (Homo Plus, 1976). Estos misterios  jamás se resolverán y lo único que generarán son más preguntas sobre la identidad humana y, por extensión, sobre esa civilización tan avanzada que desapareció de repente sin dejar rastro salvo una tecnología que puede ser a la vez salvación y destrucción para el ser humano. En definitiva, la frustración es constante en la novela y junto con el miedo son los propulsores de esta magnífica historia que conjuga tan bien la ciencia ficción con la realidad de lo que somos a día de hoy como civilización.

José Ángel Castillo Lozano