miércoles, 23 de octubre de 2013

Unas pequeñas reflexiones de Gravity

Ayer aprovechando una oferta del cine (entradas a 2.90 euros), acudí raudo a ver una película de la cartelera que se comentaba que podría ser una gran producción. La película a la que me refiero es a Gravity, del director Alfonso Cuarón y que presentaba un gran cartel de actores como los archiconocidos George Clooney y Sandra Bullock.

La película me gustó bastante ya que a la magnífica fotografía y a unos planos alucinantes, hay que unir unas convincentes actuaciones y una extraordinaria banda sonora que produce que te sumerjas en una agobiante atmósfera que te introduce de lleno en la odisea que sucede en el espacio ( hay muchos guiños al genial Kubrick por parte del también director de Hijos de los hombres).

En lo relacionado con los actores, creo que Sandra Bullock ha sufrido una metamorfosis, no puedo decir que sea brillante pero tampoco mala (su escena hablando con la radio en soledad, se merece un 10) y, en esta producción, hace un papel muy convincente y bastante bueno. Respecto a George Clooney, cumple notablemente su papel. Sinceramente, creo que los actores hacen bien sus papeles sin más  y es que, en esta película, su director, intenta darle (en mi opinión), una mayor importancia al ambiente que rodea a los personajes que a estos mismos.

Imagen extraída de http://www.hdwallpapers.in/2013_gravity_movie-wallpapers.html


Por mi formación o vocación, me gustaría resaltar una idea que se adhiere a la película. Esta idea que subyace en la película es el conflicto entre la técnica y el ser humano, un tópico que se prolonga desde los albores de la raza humana. Primero fue el fuego, más recientemente, la energía nuclear y, en esta producción este hueco lo ocupa los utensilios para navegar en el espacio.

El argumento de la película es simple y, de hecho, la primera escena nos anticipa el drama de la película pues el personaje que interpreta George Clooney, toma las características de un oráculo, y nos dice que esta misión le trae mala espina. De la misma forma, este "oráculo" se vestirá de "santo" ayudando a Sandra Bullock en un momento de debilidad y es que la película está impregnada también de cierto aroma bíblico (la escena final, es un ejemplo claro al respecto, y es que parece que hay un bautismo encubierto con el elemento agua que adquiere una gran importancia y que es otro guiño al monolito de 2001: Odisea en el espacio, el comienzo de una nueva vida). El argumento pues, nos presenta un grupo de astronautas estadounidense que están trabajando en la órbita terrestre cuando de repente, y por culpa de los rusos (cuánto  hacía que no le echaban la culpa a los rusos, que Putin se ande con cuidado), se genera una gran cantidad de residuos que colisionan con este grupo de científicos provocando la muerte del equipo salvo dos astronautas, un hombre y una mujer como si fueran las copias de Adán y Eva. Estos dos astronautas quedarán solos y lucharán desde ese momento consigo mismos y contra una tecnología que les supera para regresar a sus hogares, de ahí que se impongan ciertas ideas existencialistas que se bañan con el dogma cristiano para presentarnos un conflicto muy humano a pesar de que acontece en el espacio, a miles de km de nuestro hogar, la Tierra.

A partir de este momento, el director nos sumerge en un thriller psicológico, agobiante, donde el ser humano debe luchar desesperadamente contra sí mismo y contra el medio por su supervivencia, con unos utensilios que le han dado la espalda y que superan al creador que los ha hecho.

En conclusión, nos encontramos ante una película que aúna una belleza estética impresionante, de lo mejor que he visto en el cine estos últimos años, junto a una serie de ideas un tanto complejas que son algo intrínseco a la naturaleza de la raza humana.


José Ángel Castillo Lozano



PD: Gracias por leerme, el tema se podría complejizar más si hubiese hablado del papel de la religión en la película que está bastante presente en ella y si hubiera extendido la idea del conflicto entre técnica-creador, pero por miedo a hacer spoiler, he preferido quedarme esas reflexiones para mí. Si queréis preguntar cualquier cosa, comentar lo que gustéis, pues los comentarios si podrán albergar spoiler.

martes, 15 de octubre de 2013

Gilles de Rais, barón de Laval, Mariscal de Francia y protector de Juana de Arco.

En estas semanas de octubre, pero hace 573 años, fue juzgado Gilles de Rais (1404-1440), barón de Laval, mariscal de Francia y protector de Juana de Arco. Las razones por las que fue doblemente juzgado y posteriormente condenado a morir en la horca y en la hoguera fueron que entre niños y niñas, torturó, mató, violó y vejó a más de 400, aunque entre 1431 y 1440 se contabilizaron en sus dominios más de 1000 desapariciones de jóvenes entre 8 y 20 años.   
  
"Mata en tiempos de guerra y la gente héroe te llamará. Mata en tiempos de paz y de asesino te acusarán". Lamentablemente esto es más que cierto, y personalmente me recuerda a la trayectoria que siguió Gilles de Rais a lo largo de sus días, los cuales procederé a comentar para quienes estén interesados.     

Nació en el 1404, aproximadamente a mitad de la Guerra de los Cien años (1337-1453) en una Francia inmersa en sus peores momentos, donde más de la mitad de su reino permanecía directamente bajo poder del invasor inglés y de sus aliados afines, que reclamaban abiertamente su legitimidad al trono francés. Paralelamente, la infancia de Gilles estuvo marcada por el total abandono y absoluto desentendimiento de sus propios padres, que legaron su educación a terceros para así dedicarse a sus propios menesteres, algo normal en un matrimonio fruto de la conveniencia nobiliaria. Sin embargo, el futuro mariscal disfrutó de una holgada educación en sus tiempos de mozo gracias a su estatus social, siendo conocedor de varias lenguas y sabedor de obras clásicas de la mano de Suetonio e instruido también en las materias religiosas católicas propias de la época. Pero con el tiempo y la propia evolución de su existencia, demostró que aunque culto, no fue sabio ni reflexivo; las historias de los emperadores Nerón, Calígula y Tiberio plantaron en la joven pero ya enferma mente de Gilles una curiosidad perversa para servirse del poder que su innata posición social le asignaba para obtener placer y felicidad a través de hacer sufrir a otros. La muerte, que tanta pasión despertó a lo largo de su existencia, tuvo su primera aparición en su vida a los 9 años, cuando contempló como su padre Guy II de Laval moría destripado por un jabalí. Gilles no se separó del lecho de su padre hasta que éste exhaló su último aliento, pero no por la compasión de un hijo que sufre la pérdida de su padre, sino por la curiosidad y el embaucamiento que la brutal imagen de su padre agonizando con las tripas fuera le provocaba en su infantil y ya maltrecha mente. Al poco su madre Marie de Craon fallece también, quedando Gilles al cargo de su abuelo materno, Jean de Craon, un despiadado criminal de sangre muy noble que terminó de malversar el espíritu de su nieto por medio del maltrato psicológico y físico. Durante su tutoría, Gilles conoció los estragos de la alcoholemia y de la crueldad desmesurada, que primero vio aplicada en sí mismo por la mano de su abuelo para posteriormente aplicarla él mismo contra otros terceros, matando a su primera víctima a los 15 años, cuando se le ocurrió la infeliz idea de usar armas de verdad contra su paje en el patio de entrenamiento donde todos los días practicaba para formarse en el temible guerrero que un día llegó a ser.     

Con 17 años, se negociaron infructuosamente dos matrimonios atendiendo siempre al interés económico como viene marcando la tradición. Pero ninguna familia quería emparentarse con Gilles, ya que a pesar de ser una de las personalidades más poderosas y ricas de Francia, la fama que empezaba a gestarse en torno a nieto y abuelo era harto conocida. Además, Gilles de Rais era abiertamente homosexual (condición pecaminosa y castigada por la Inquisición), siendo la tarea de engendrar un heredero su única preocupación en el asunto conyugal. Así, instigado por su abuelo, decide desafiar las leyes del incesto secuestrando a su propia prima, con la cual se desposa y tras siete años de matrimonio infértil en todos los sentidos, consiguen traer una hija al mundo. La pequeña es criada por su madre en los confines de los dominios de Gilles, lo más alejado posibles de él y de sus futuras fechorías, sin saber nada de él hasta el momento de su muerte. Como podemos comprobar, otra familia que distó mucho de ser feliz. 

Sirviéndose de su enérgica juventud, prestó valerosos servicios a su señor el duque de Bretaña hasta que logró hacerse un hueco en la corte del mismísimo delfín Carlos de Valois, llamado a ser el VII de su nombre entre los monarcas franceses. Fueron en estos tiempos donde su pasión por la muerte tuvieron rienda suelta dentro de un marco "legal" debido a la guerra sin cuartel que se mantenía contra los ingleses invasores y sus aliados borgoñones. Decían sus compañeros de armas que en la batalla Gilles se imbuía de un espíritu demoníaco, que no había rival en el campo de batalla que cruzara mandoble contra él y lograra conservar la vida. Era querido y respetado porque mataba a los enemigos de Francia, y Francia necesitaba ahora más que nunca gente como Gilles de Rais; hombres ricos para nutrir regimientos de soldados que lanzar a la guerra y guerreros habilidosos con la espada y el hacha para ganar batallas.    

Y fue con sus 25 años cuando conoció a Juana de Arco, en un momento crítico para la Historia de Francia y para la propia historia de Gilles de Rais. La Guerra de los Cien Años estaba a punto de decantarase en favor de los ingleses que no paraban de infligir humillantes derrotas a los ejércitos franceses, quedándoles sólo un único objetivo militar por cumplimentar para cantar definitivamente la victoria. Ese objetivo era la ciudad de Orleans, fiel a la causa del futuro y legítimo monarca Carlos VII. Si la ciudad caía en manos inglesas, la causa francesa estaría para siempre perdida....pero las huestes acantonadas en la ciudad eran escasas y el ánimo para continuar una guerra que desde hacía años se sabía perdida era inexistente. Sólo un milagro podía salvar a Francia. Y ése milagro fue Juana de Arco, que logrando la confianza de Carlos VII y de algunos de sus más íntimos allegados, como Gilles de Rais, consiguió con un pequeño ejército liberar a Orleans en una legendaria y decisiva victoria en la que los ingleses fueron puestos en fuga. La victoria de Orleans fue la primera de sus 4 promesas. La segunda fue liberar Reims, donde coronó ella misma al rey Carlos VII. La tercera, consistente en liberar París junto a la cuarta promesa, que era liberar al Duque de Orleans, nunca se llegaron a consumar ya que Carlos VII perdió todo interés en proseguir la guerra contra los ingleses por medio las armas. Él ya tenía su corona, que era lo que quería, y la beligerante Juana de Arco era ahora una molestia más que una ayuda, por eso no movió ni uno de sus regios dedos cuando Juana de Arco fue capturada por los borgoñones en Compiègne. Éstos la vendieron a los ingleses, que inventaron todo un juicio falso y absurdo que acabó con la joven de 19 años condenada a morir en la hoguera en 1431.    

Por su parte, Gilles de Rais, que profesó una auténtica devoción por Juana de Arco y su labor terrenal, quedó enfermamente trastornado por los sucesos acontecidos y que acabaron con la muerte de la que él consideraba un ángel en la tierra. Durante los aproximadamente 2 años que permanecieron combatiendo juntos, Gilles de Rais vio justificada su existencia en la tierra, disfrutando de un equilibrio mental que le mantenía lejos de su psicopatía peligrosa, alcanzando además la cumbre de su carrera militar al ser nombrado mariscal de Francia por el rey Carlos VII. Bien puede ser que ello se deba más a que Juana de Arco supo reorientar sus instintos asesinos y peligrosos para una causa justa que sirviera a los intereses políticos del rey de Francia, pero lo cierto es que en su confesión final, Gilles de Rais se mantenía todavía como un fervoroso seguidor del mensaje de Juana, de la cual se consideraba su más firme protector. Protector que sin embargo fracasó al intentar salvarla de la hoguera, pues cuando Juana de Arco fue capturada y hecha prisionera, en el transcurso de sus meses de cautiverio en la ciudad normanda de Ruán, Gilles de Rais trató de reorganizar un ejército (sufragado por él mismo) para rescatarla, valerosa hazaña que por razones que se desconocen no logró desempeñar pues Juana tristemente acabó siendo pasto de las llamas mientras su presunto rescatador quedó acampado a 25 km de allí. Sin embargo, la muerte de Juana de Arco también supuso la muerte del interés de Gilles de Rais en la guerra contra los ingleses, dando públicamente la espalda a la causa de Carlos VII, al que acusó abiertamente de ser el responsable de la muerte de su amada Juana.     

Y es aquí cuando comienza el principio del fin, la caída hacia el infierno del hombre más poderoso de Francia. Enfermamente deprimido, regresa a sus vastos dominios familiares donde dio rienda suelta a todos sus instintos asesinos y a los más extravagantes placeres, emulando a los césares depravados que leía cuando era niño. Dilapidó toda su inmensa fortuna (era el segundo hombre más rico del reino, por debajo del rey) en toda clase de fiestas y orgías, acompañadas éstas por virtuosos músicos que tocaban el órgano, su instrumento favorito. Preso de una mente esquizofrénica y melancólica, intentó representar sus días de gloria organizando una representación de la batalla de Orleans, no reparando en gastos a la hora de contratar actores y soldados bien pertrechados en todos los sentidos con los que recreó las campañas de Juana de Arco como si fuesen auténticos cuadros llevados a la vida. Poco a poco sus arcas fueron agotándose, viéndose obligado a tener que vender su patrimonio para que la fiesta despilfarradora nunca terminara. Y fue en este momento, ante su inexorable sed de dinero, cuando cayó en manos de alquimistas y brujos que le prometieron que todas sus carencias económicas finalizarían si conseguía crear la Piedra Filosofal, artefacto alquímico que lograba transformar el plomo en oro. Sus tres castillos principales, a saber de Machecoul, Tiffaugues y Champtocé se convirtieron en un reducto para brujos y alquimistas que fueron carcomiendo la cada vez más escasa riqueza de Gilles de Rais, hasta el punto de exigirle que debía de realizar sacrificios de niños para que los demonios concedieran su favor para lograr así consumar la Piedra Filosofal.    
Paralelamente a estas cuestiones heréticas y satanistas, Gilles de Rais tenía una enfermiza obsesión sexual que sólo lograba saciar mutilando, matando y violando niños y niñas. Su locura quedó desatada cuando decidió enviar a sus sirvientes de más confianza para que recorrieran todos los pueblos pertenecientes a sus dominios para que por medio de dulces engaños o a través del secuestro directo, trajeran a sus castillos a niños de entre 8 y 20 años para saciar su perverso apetito sexual. Durante las noches, Gilles y sus esbirros se abandonaban a brutales orgías alcohólicas a través de las cuales perpetraban sus macabros placeres violando, asesinando y, en ocasiones, volviendo a violar a las pobres criaturas después de muertas. Están documentadas todas estas perversidades en las actas de los juicios que contra él se llevaron a cabo una vez fue hecho prisionero, recopiladas a través de los testimonios de testigos directos, a saber de los sirvientes que ayudaron a perpetrar estos horribles crímenes como a las propias confesiones íntimas de Gilles de Rais. Pero antes de que el día de su captura llegara, transcurrieron 8 largos años de terror desmesurado en las que el otrora gran Mariscal de Francia y compañero íntimo de Juana de Arco dio rienda suelta a sus instintos más oscuros y perversos. Llegó a confesar que gustaba de colgar a sus jóvenes víctimas de ganchos y cuerdas para luego, en el momento final de su agonía, violarlos y desmembrarlos, profanando luego sus cuerpos por medio de actos sexuales deleznables y ofreciendo algunos de sus miembros y órganos al mismo Diablo. Reconoció ante los tribunales que su máximo climax sexual era precisamente contemplar el mismo momento de la muerte, sentándose encima de los niños cuando estos estaban agonizando. Incluso reconoció que a veces llegaron a cortar las cabezas de los pequeños y hacía, junto a sus leales esbirros, competiciones para ver cuál de todas ellas era la más bella. Otras veces sus criados confirmaron que después de la barbarie, quedaba largos momentos a solas con los cuerpos descuartizados de sus víctimas, mientras llorando a lágrima viva los besaba y abrazaba, rogando el perdón de Dios por sus miserables pecados. Luego, daba la orden y sus criados hacían desaparecer los cuerpos, primero acumulándolos en las mazmorras de sus castillos hasta que finalmente fueron quemados para evitar sospechas.  

Pero todo tiene un principio y un final, y el final de la noche de Gilles de Rais estaba firmado. Las continuas desapariciones, que se comentaban al principio entre susurros en las tabernas y posadas, pronto fueron gritos que comenzaron a ser escuchados por las altas esferas. Así, el obispo de Nantes inició en secreto una serie de investigaciones que inequívocamente señalaban a Gilles de Rais como principal sospechoso. Ello, unido a un desafortunado lance que tuvo el mariscal a la hora de vender una de sus posesiones en su enfermiza obsesión por conseguir dinero, hizo que finalmente fuera arrestado por la mismísima autoridad real en persona a la cual Gilles no pudo negarse. Preso en Nantes, disfrutó de las comodidades correspondientes a su alto linaje, aunque tuvo que enfrentarse a dos juicios de naturaleza civil y eclesiástica. Durante los más de veinte días que duraron los juicios y por los que pasaron incontables testigos, especialmente sus criados de más confianza, finalmente Gilles de Rais fue condenado por ambos tribunales a morir ahorcado y quemado en una ejecución pública por cometer sodomía, herejía, mantener comercio con diablos y por asesinato.

Y este es un pequeño resumen de la vida de Gilles de Rais, que quedaría inmortalizado en los cuentos populares en la figura de "Barba Azul" a través de la obra de Charles Perrault universalmente conocida como "Historias o cuentos de tiempos pasados". He intentado condensar todo para una lectura sencilla, omitiendo algunos detalles para no alargarlo más de lo que ya de por sí es, y espero que me perdonéis las posibles erratas que se me hayan podido colar y la propia extensión en sí. En un principio no pensaba publicarlo, pero viendo que a algunos os podía interesar he decidido compartirlo. Supongo que como a mi, en algún momento de nuestras infancias fuimos amenazados por nuestras madres o abuelas con que si no nos portábamos bien o si no nos comíamos la comida el "hombre del saco" (el Barbe Bleue o Barba Azul francés) vendría a por nosotros. Quién iba a decirnos que esta historia infantil una vez fue cierta en tierras bretonas y que cientos de niños encontraron un horrible e injusto final bajo las garras de tal inmundo monstruo.     

Por último, si os ha gustado este acercamiento a la figura de Gilles de Rais y queréis saber más, os recomiendo el libro de Juan Antonio Cebrian titulado "El Mariscal de las Tinieblas", que a mi personalmente me ha parecido bastante bueno 

Por último, un poco de música que creo que viene perfecta para esta nota jaja. También me pone los pelos de punta (soy un miedoso) http://www.youtube.com/watch?v=urV8MIcLDFk  . Increíble escucharla mientras lees las atrocidades que cometió este buen cristiano, mariscal de Francia y gran defensor de Juana de Arco.
Gilles de Rais, barón de Laval, Mariscal de Francia y protector de Juana de Arco.
Gilles de Rais, barón de Laval, Mariscal de Francia y protector de Juana de Arco.


Adrián Rosell Lucas

jueves, 10 de octubre de 2013

El suicidio ritual en el mundo samurái

Cuando uno completa todas las etapas de su vida, no le cabe sino esperar el último paso de esta que no es otra cosa que la irremediable muerte. La muerte es un elemento muy importante en todas las sociedades humanas, ha sido mitificada, sacralizada y ritualizada, y en el Japón de los samuráis esto no es distinto.

La muerte podía acontecer de dos maneras distintas ya que la simbología de estas dos formas es radicalmente opuesta. Una se podía incluir dentro de la esfera de lo privado produciéndose por la edad, por una enfermedad o por un accidente, mientras que la otra forma de morir, pertenecía a la esfera pública y bien podía llegar en una lucha o basada en una decisión tomada libremente.

En esta entrada trataremos, por su condicionante social, los tipos de muertes que están vinculadas con la esfera de lo público. Así trataremos la muerte provocada en el campo de batalla y, en concreto, el suicidio ritual denominado seppuku o harakiri, algo limitado al mundo masculino. Este suicidio podía hacerlo una persona de forma individual o bien una persona que representaría a un grupo de naturaleza elitista que en este acto buscaba reponer o ganar fama y gloria, dos valores que, al estar vinculados, hacían de este suicidio ritual un acontecimiento de carácter público. La faceta pública de este ritual se muestra de una forma magnífica en la película Harakiri (seppuku) (1962) de Masaki Kobayashi y  en su remake (2011) dirigido por Takashi Mikii, de menor calidad, aunque en estas películas se ahonda más en el tema personal presentándonos un típico enfrentamiento entre el honor y la necesidad.

Los orígenes de esta práctica no están claros y se piensa que este rito no estaría extendido entre los primeros samuráis donde la idea de suicidio no tendría cabida. Sin embargo, a partir  del S. XII d. C., encontramos como la idea de suicidio va extendiéndose entre los samuráis, en las epopeyas militares de esta época, como por ejemplo el Hôgen monogatari, nos cuentan como los altos rangos de los ejércitos preferían suicidarse antes que caer en las garras de sus enemigos, esto va generando un cambio en el imaginario colectivo que va gestando un cambio en el forma de asumir la muerte y la impureza (kegare).

Dicho cambio se consolidaría de una forma definitiva (y tardía) en el S. XVII. En este siglo se asentarán las bases formales para el seppuku que, a partir de ahora, se convertirá en un método indirecto de ejecución o de castigo para las altas clases sociales para así, tras este proceso, permitir al ejecutado conservar parte de sus propiedades para la familia y reparar su honor perdido. El Estado a su vez lo utilizaba para evidenciar públicamente su autoridad y la de las clases altas. Esto último se refleja de una forma maravillosa en la leyenda de los 47 samuráis donde Osana es condenado al harakiri por herir , previa provocación, a un emisario imperial al igual que sus 47 antiguos sirvientes, ahora ronin, que se vengan matando a este emisario imperial diez años más tarde, estas condenas las manda el Estado para restablecer el orden y, al mismo tiempo, para darle una salida honrada a estos 47 hombres que se convirtieron en héroes y modelos a seguir para el habitante japonés.

Imágen de la película Harakiri(seppoku) del director Masaki Kobayashi
La ceremonia de suicidio comenzaba con un baño purificador al condenado para, después, peinarlo. Luego se le vestía con un kimono, normalmente blanco al ser este un color de luto en el mundo japonés, y se le llevaba al sitio donde se realizaría el seppuku. Una vez en el sitio, que consistía en dos tatamis cubiertos de telas blancas, se le daba dos tazas de sake, viandas y se le permitía escribir un poema de despedida (yuigon o zeppitsu).


Planta enterrada
que jamás floreció.
Así de triste
mi vida fue; y sin fruta 
dar ahora termina

Para finalizar la ceremonia, se le otorgaba una espada envuelta en una tela blanca y arroz para que este absorbiera la sangre y no manchase, algo considerado deshonroso. En ocasiones, se limpiaba la espada en agua para que todo fuera lo más puro y casto.

 Detrás del suicida, se colocaba su padrino (kaishaku) el cuál tenía que decapitar al condenado una vez este se hubiera apuñalado el estómago con la espada que se le donaba. El ritual se suavizó y se suprimió el autoapuñalamiento, así el condenado recibía una daga de madera o un abanico que era una señal para que su padrino lo decapitara.

En el siguiente enlace, se puede observar un caso de harakiri donde se prescinden de los preliminares de la ceremonia: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=-5xKq2vPUew . Esta escena se extrae de la película de Edward Zick (2003): El último samurái.

Otra forma de suicidio ritual, es el junshi, traducido como “séquito de la muerte”, en el que un vasallo se suicidaba cuando su señor moría. Un caso célebre es el de Hôjô Nakatoki quien se se práctico este rito de suicidio ritual al ser derrotado en una batalla y, junto a él, 432 fieles siguieron su camino.

En conclusión, vemos una práctica ritual de gran trascendencia simbólica y muy arraigada a la cultura japonesa que poco a poco se fue transformando hasta convertirse en una pena estatal para los samuráis de alto rango. Condena que por otro lado, permitía al que iba a ser ejecutado salvar su honor y parte de su patrimonio. Con el paso del tiempo el harakiri como el junshi fueron prohibidos por diversas leyes estatales aunque su recuerdo aún perdura en la mentalidad japonesa.



José Ángel Castillo Lozano