sábado, 4 de abril de 2020

Un camino hacia la redención: “Salvación” (Miguel Sánchez Robles, 2017)




Hace poco este libro cayó en mis manos. No había leído nada de este autor, aunque tenía muchísimas ganas de degustar algo suyo puesto que da la casualidad que este literato dio clases de historia en uno de los institutos donde yo trabajé en Caravaca de la Cruz. Por suerte, en estos tiempos tan excepcionales que nos ha tocado vivir, decidí, previo préstamo de mi pareja, empezar una obra suya: “Salvación” que, en cierta medida, también ha representado mi propio bienestar y refugio ante las malas noticias “biológicas” y ante el mundo tan radicalizado que se está abriendo paso entre los miles de muertos por esta pandemia. La sorpresa por esa prosa tan delicada, cuidada y lírica, ha sido el motivo por el que intento rendirle homenaje varias semanas después de finalizar su lectura a este libro en estas líneas, aunque, posiblemente, realmente lo que haga es quitarle su encanto.
Salvación es una obra que rompe esquemas y donde Miguel Sánchez Robles aprovecha el recurso literario del camino para encuadrar y desarrollar su historia. De este modo, de una manera autobiográfica, el autor realiza el camino de Roncesvalles hacia su destino final que es Caravaca de la Cruz, el poco conocido camino de la Vera Cruz. Aprovechando este devenir continuo de la senda, de lo espiritual, surge otro camino más interno, profundo, oscuro y doloroso. El camino de uno mismo. El camino interior que consiste en el hecho de conocerse, de ser capaces de explorar nuestro interior, de luchar contra nuestros demonios, de conocer nuestros sentimientos, de ser capaces de no destruirnos puesto que la guerra más cruel es la de uno contra uno mismo.
De esta manera, el autor nos propone un monólogo interior intercalado con ciertos pensamientos de su vagar a medida que va contemplando los diferentes enclaves en las duras jornadas del camino. Este monólogo del protagonista lo dirige ante su madre muerta. En otras palabras, realiza una oda a su progenitora, pero su mensaje únicamente está dirigido a la nada, y solo le responde el silencio del mundo.
Así, el autor nos hace partícipe de una serie de reflexiones, pensamientos, sentimientos y emociones de una manera muy bella. Nos sumergimos de lleno en el existencialismo (parece que bebe mucho del Sísifo de Albert Camus), en la espiritualidad (que no religiosidad, preciosos son sus relajadas reflexiones dentro de iglesias o recordando algunos oficios a los que acudía con su madre), en la soledad, en sus ilusiones y en sus anhelos. Todo ello desde una prosa profunda, lírica, armoniosa, casi musical donde la sabiduría, la erudición y la belleza van cogidas de la mano. Además, es muy bonito observar la evolución interna de estos soliloquios puesto que parece que siguen una evolución que termina desembocando en una redención. El protagonista/autor termina encontrando la paz interior, esa que le había sido tan esquiva durante tantos años por ese duelo ante la sociedad del ruido que le ha tocado vivir (en estos días pienso mucho en esa reflexión de Schopenhauer sobre el ruido, véase las noticias sesgadas y los bulos que son nuestro pan de cada día, y sus aciagos efectos sobre nuestra alma) y ante la pérdida de tantos seres queridos. Al final, encuentra su salvación, de ahí el propio título de esta recomendable obra literaria en mayúsculas. Un bello final para una historia bella. ¡Qué bonita es la palabra “Salvación”!
Por ello, esta obra es un camino espiritual que surge desde el corazón de una persona sensible que termina por darse cuenta de lo bella que es la vida y lo transcendental que es saber disfrutar de esos pequeños placeres que nos otorga la vida a modo de pequeñas cápsulas de felicidad. En definitiva, se trata de un texto musical lleno de sentimientos que nos hace acercarnos a esa luz mística para que ilumine nuestra vida y nos calme ese dolor que es estar vivos. Todo para acercarnos a esa eternidad y a ese consuelo que nos produce pensar en una definitiva muerte. Todo ello se consigue en ese viaje “terrenal” que va ligado a otro viaje más “metafísico/espiritual” del que nos hace cómplices y testigo este profesor jubilado de geografía e historia desde una sensibilidad, delicadeza y ternura que inunda todas y cada una de sus páginas.
José Ángel Castillo Lozano