viernes, 18 de octubre de 2019

Narciso y Goldmundo. Un bello viaje en torno a la dualidad humana




“No había venido, y Julia tampoco apareció. Así, se le antojaba, había sido toda su vida: despedida, huida, olvido, esperar con las manos vacías y el corazón aterido. Todo el día le persiguió este pensamiento, no hablaba palabra, colgaba en la silla demedejado y sombrío. Narciso no interrumpió su ensimismamiento”

Esta bella novela del autor de, entre otras obras, “El lobo estepario” (Der Steppenwolf, 1927) nos hace reflexionar sobre la propia naturaleza del ser humano. ¿Quiénes somos? ¿Cómo podemos llegar a ver completada nuestra vida?

Todo ello lo realiza a través de una hermosa historia de amistad que empieza en un apartado monasterio cisterciense en Maulbronn (Alemania). En este monasterio, apartado de la cruda vida profana, se encuentran dos jóvenes estudiantes. Por un lado, Narciso, persona con unas profundas inquietudes intelectuales sobre la gramática, el latín, la teología y otros saberes, y, por otra parte, Goldmundo, joven con inquietudes sobre el estudio, pero, sobre todo, por la vida. Estos dos aparentemente dispares alumnos serán capaces de forjar una profunda amistad en el mismo momento en que ambos se den cuenta de la atracción mutua que se tienen. De este modo, ambos irán descubriendo su propia interioridad hasta que Narciso, unos pocos años mayor que su compañero, aconseja a su amigo que abandone un monasterio que le terminará por convertir en un ser desgraciado puesto que él no es un hombre de estudio, no es un erudito, sino que está en una senda muy diferente. Esto es debido a que Goldmundo es un artista, es alguien que debe experimentar la vida en su propia piel puesto que sino jamás se complementará como ser humano. En definitiva, la historia se incardinará en torno al descubrimiento humano y a la conciliación entre dos maneras de entender el mundo: la visión erótico-sensitiva propia del artista (Goldsmundo) y la ideal-espiritual propia del intelectual (Narciso)
El viaje que emprende Narciso para complementarse nos lleva a la segunda gran parte de esta magnífica obra de H. Hesse. El tópico del viaje como recurso literario es una estrategia muy empleada por este gran novelista y así lo hemos visto en sus obras de manera más o menos explícitas como la anteriormente mencionada Die Steppenwolf (1927), su Demian (1919) o su Siddharta (1922). Así, Goldsmundo, hastiado de una vida impuesta por su padre para purgar los pecados de su madre y con el descubrimiento de que el monasterio no podía ser su hogar, se echará a la carretera sin un rumbo fijo, será un viajero sin hogar ni patria, al estilo de J. Wayne en la afamada película Centauros del Desierto donde se explora esa figura del viajero homérico sin patria ni destino. De esta manera, este personaje abandonará el seminario y se convertirá en un vagabundo con el único objetivo de saciar sus sentidos y sus apetencias. Conocerá bellas mujeres, lindas doncellas y gráciles damas que le amarán de distintas maneras, unas apasionadamente, otras con un amor fruto de su experiencia vital y otras hasta de manera platónica. Todo ello le hará encontrar recovecos del conocimiento y le irán complementando en su vida que no será todo lo placentera que se podría imaginar puesto que tendrá que enfrentarse a fuertes problemas que le pondrán al límite y donde tendrá que luchar por su propia vida ya sea por ladrones o por las desgracias originadas por la peste, e incluso, por el propio hambre si bien es cierto que las apetencias materiales jamás se presentarán en las necesidades de nuestro protagonista ni siquiera cuando pudo escalar socialmente y económicamente, si bien parece que una va asociada a la otra en nuestra sociedad, en el gremio de una ciudad donde durante un tiempo sirvió de aprendiz en el taller del maestro Nicolao.
La tercera y última parte del libro concuerda con el reencuentro de los dos amigos tras ser apresado Goldmundo por el marido de una de sus amantes al ser el ya abad Narciso quien consigue interferir para salvar la vida de su antaño gran amigo. El reencuentro terminará con una amplia conversación filosófica entre Narciso y Goldmundo sobre la idea filosófica/intelectual y la vida más terrenal y pasional. Estos dos senderos tan antagónicos en apariencia terminan convergiendo y dándole ese componente polémico, conflictivo y violento, casi sin sentido, que tiene la vida, pero, al mismo tiempo, la paz, lo completa y lo reconfortante que es la vida con el amor. Esa vía que había optado Goldmundo con sus peripecias y aventuras le había servido para complementar aquello que Narciso había conseguido a través de una vida de estudio dedicada a la cultura y al conocimiento sin apenas salir de su monasterio. Los dos se dan cuenta en el momento en que expira la vida de Goldmundo que, en el fondo, habían encontrado la misma idea sobre el sentido de la vida. Diferentes vías que terminan derivando en lo mismo: la futilidad y lo inútil de la vida, pero al mismo tiempo lo bella y reconfortante que resulta recorrer la experiencia vital rodeado de los seres queridos. Por esa razón, Goldmundo muere en paz al lado de la persona que más había admirado y querido en el mundo: su buen amigo Narciso que, a su vez, se ve complementando por y en la vida de peregrinaje de su camarada. Así, nos encontramos en esta obra con las dos dualidades de la naturaleza del género humano. De este modo, gozamos y observamos lo apolíneo y lo dionisiaco que hay en el mundo que termina por confluir en un todo: el ser humano con sus innumerables defectos y sus escasas, pero maravillosas virtudes y es que cómo exclama ya un agonizante Goldmundo al final de la novela: “¿Cómo podrás morirte un día, Narciso, si no tienes Madre? Sin Madre no es posible amar. Sin Madre no es posible morir”.

José Ángel Castillo Lozano