“No había venido, y Julia tampoco apareció. Así,
se le antojaba, había sido toda su vida: despedida, huida, olvido, esperar con
las manos vacías y el corazón aterido. Todo el día le persiguió este
pensamiento, no hablaba palabra, colgaba en la silla demedejado y sombrío.
Narciso no interrumpió su ensimismamiento”
Esta bella novela del autor de, entre otras obras, “El lobo estepario” (Der Steppenwolf, 1927) nos hace
reflexionar sobre la propia naturaleza del ser humano. ¿Quiénes somos? ¿Cómo
podemos llegar a ver completada nuestra vida?
Todo ello lo realiza a través de una hermosa historia de amistad que
empieza en un apartado monasterio cisterciense en Maulbronn (Alemania). En este
monasterio, apartado de la cruda vida profana, se encuentran dos jóvenes estudiantes.
Por un lado, Narciso, persona con unas profundas inquietudes intelectuales
sobre la gramática, el latín, la teología y otros saberes, y, por otra parte,
Goldmundo, joven con inquietudes sobre el estudio, pero, sobre todo, por la
vida. Estos dos aparentemente dispares alumnos serán capaces de forjar una
profunda amistad en el mismo momento en que ambos se den cuenta de la atracción
mutua que se tienen. De este modo, ambos irán descubriendo su propia
interioridad hasta que Narciso, unos pocos años mayor que su compañero,
aconseja a su amigo que abandone un monasterio que le terminará por convertir
en un ser desgraciado puesto que él no es un hombre de estudio, no es un
erudito, sino que está en una senda muy diferente. Esto es debido a que
Goldmundo es un artista, es alguien que debe experimentar la vida en su propia
piel puesto que sino jamás se complementará como ser humano. En definitiva, la
historia se incardinará en torno al descubrimiento humano y a la conciliación
entre dos maneras de entender el mundo: la visión erótico-sensitiva propia del
artista (Goldsmundo) y la ideal-espiritual propia del intelectual (Narciso)
El viaje que emprende Narciso para complementarse nos lleva a la segunda
gran parte de esta magnífica obra de H. Hesse. El tópico del viaje como recurso
literario es una estrategia muy empleada por este gran novelista y así lo hemos
visto en sus obras de manera más o menos explícitas como la anteriormente
mencionada Die Steppenwolf (1927), su
Demian (1919) o su Siddharta (1922).
Así, Goldsmundo, hastiado de una vida impuesta por su padre para purgar los
pecados de su madre y con el descubrimiento de que el monasterio no podía ser
su hogar, se echará a la carretera sin un rumbo fijo, será un viajero sin hogar
ni patria, al estilo de J. Wayne en la afamada película Centauros del Desierto donde se explora esa figura del viajero
homérico sin patria ni destino. De esta manera, este personaje abandonará el
seminario y se convertirá en un vagabundo con el único objetivo de saciar sus
sentidos y sus apetencias. Conocerá bellas mujeres, lindas doncellas y gráciles
damas que le amarán de distintas maneras, unas apasionadamente, otras con un
amor fruto de su experiencia vital y otras hasta de manera platónica. Todo ello
le hará encontrar recovecos del conocimiento y le irán complementando en su
vida que no será todo lo placentera que se podría imaginar puesto que tendrá
que enfrentarse a fuertes problemas que le pondrán al límite y donde tendrá que
luchar por su propia vida ya sea por ladrones o por las desgracias originadas por
la peste, e incluso, por el propio hambre si bien es cierto que las apetencias
materiales jamás se presentarán en las necesidades de nuestro protagonista ni
siquiera cuando pudo escalar socialmente y económicamente, si bien parece que
una va asociada a la otra en nuestra sociedad, en el gremio de una ciudad donde
durante un tiempo sirvió de aprendiz en el taller del maestro Nicolao.
La tercera y última parte del libro concuerda con el reencuentro de los dos
amigos tras ser apresado Goldmundo por el marido de una de sus amantes al ser
el ya abad Narciso quien consigue interferir para salvar la vida de su antaño
gran amigo. El reencuentro terminará con una amplia conversación filosófica
entre Narciso y Goldmundo sobre la idea filosófica/intelectual y la vida más
terrenal y pasional. Estos dos senderos tan antagónicos en apariencia terminan
convergiendo y dándole ese componente polémico, conflictivo y violento, casi
sin sentido, que tiene la vida, pero, al mismo tiempo, la paz, lo completa y lo
reconfortante que es la vida con el amor. Esa vía que había optado Goldmundo
con sus peripecias y aventuras le había servido para complementar aquello que
Narciso había conseguido a través de una vida de estudio dedicada a la cultura
y al conocimiento sin apenas salir de su monasterio. Los dos se dan cuenta en
el momento en que expira la vida de Goldmundo que, en el fondo, habían
encontrado la misma idea sobre el sentido de la vida. Diferentes vías que
terminan derivando en lo mismo: la futilidad y lo inútil de la vida, pero al
mismo tiempo lo bella y reconfortante que resulta recorrer la experiencia vital
rodeado de los seres queridos. Por esa razón, Goldmundo muere en paz al lado de
la persona que más había admirado y querido en el mundo: su buen amigo Narciso que,
a su vez, se ve complementando por y en la vida de peregrinaje de su camarada.
Así, nos encontramos en esta obra con las dos dualidades de la naturaleza del
género humano. De este modo, gozamos y observamos lo apolíneo y lo dionisiaco que
hay en el mundo que termina por confluir en un todo: el ser humano con sus
innumerables defectos y sus escasas, pero maravillosas virtudes y es que cómo
exclama ya un agonizante Goldmundo al final de la novela: “¿Cómo podrás morirte
un día, Narciso, si no tienes Madre? Sin Madre no es posible amar. Sin Madre no
es posible morir”.
José Ángel Castillo Lozano
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