*Texto publicado originariamente en https://elnoroestedigital.com/wp-content/uploads/2020/04/847_Semanario-El-Noroeste.pdf (p. 33)
Hace poco este libro cayó en mis manos. No había leído nada
de este autor, aunque tenía muchísimas ganas de degustar algo suyo puesto que
da la casualidad que este literato dio clases de historia en uno de los
institutos donde yo trabajé en Caravaca de la Cruz. Por suerte, en estos
tiempos tan excepcionales que nos ha tocado vivir, decidí, previo préstamo de
mi pareja, empezar una obra suya: “Salvación” que, en cierta medida, también ha
representado mi propio bienestar y refugio ante las malas noticias “biológicas”
y ante el mundo tan radicalizado que se está abriendo paso entre los miles de
muertos por esta pandemia. La sorpresa por esa prosa tan delicada, cuidada y
lírica, ha sido el motivo por el que intento rendirle homenaje varias semanas
después de finalizar su lectura a este libro en estas líneas, aunque,
posiblemente, realmente lo que haga es quitarle su encanto.
Salvación es una obra que rompe esquemas y donde Miguel Sánchez
Robles aprovecha el recurso literario del camino para encuadrar y desarrollar
su historia. De este modo, de una manera autobiográfica, el autor realiza el
camino de Roncesvalles hacia su destino final que es Caravaca de la Cruz, el
poco conocido camino de la Vera Cruz. Aprovechando este devenir continuo de la
senda, de lo espiritual, surge otro camino más interno, profundo, oscuro y
doloroso. El camino de uno mismo. El camino interior que consiste en el hecho
de conocerse, de ser capaces de explorar nuestro interior, de luchar contra
nuestros demonios, de conocer nuestros sentimientos, de ser capaces de no
destruirnos puesto que la guerra más cruel es la de uno contra uno mismo.
De esta manera, el autor nos propone un monólogo interior
intercalado con ciertos pensamientos de su vagar a medida que va contemplando
los diferentes enclaves en las duras jornadas del camino. Este monólogo del
protagonista lo dirige ante su madre muerta. En otras palabras, realiza una
oda a su progenitora, pero su mensaje únicamente está dirigido a la nada, y
solo le responde el silencio del mundo.
Así, el autor nos hace partícipe de una serie de reflexiones,
pensamientos, sentimientos y emociones de una manera muy bella. Nos sumergimos
de lleno en el existencialismo (parece que bebe mucho del Sísifo de Albert Camus), en la espiritualidad (que no religiosidad,
preciosos son sus relajadas reflexiones dentro de iglesias o recordando algunos
oficios a los que acudía con su madre), en la soledad, en sus ilusiones y en sus
anhelos. Todo ello desde una prosa profunda, lírica, armoniosa,
casi musical donde la sabiduría, la erudición y la belleza van cogidas de la
mano. Además, es muy bonito observar la evolución interna de estos soliloquios
puesto que parece que siguen una evolución que termina desembocando en una
redención. El protagonista/autor termina encontrando la paz interior, esa que
le había sido tan esquiva durante tantos años por ese duelo ante la sociedad
del ruido que le ha tocado vivir (en estos días pienso mucho en esa reflexión
de Schopenhauer sobre el ruido, véase las noticias sesgadas y los bulos que son
nuestro pan de cada día, y sus aciagos efectos sobre nuestra alma) y ante la
pérdida de tantos seres queridos. Al final, encuentra su salvación, de ahí el
propio título de esta recomendable obra literaria en mayúsculas. Un bello final
para una historia bella. ¡Qué bonita es la palabra “Salvación”!
Por ello, esta obra es un camino espiritual que surge desde
el corazón de una persona sensible que termina por darse cuenta de lo bella que
es la vida y lo transcendental que es saber disfrutar de esos pequeños placeres
que nos otorga la vida a modo de pequeñas cápsulas de felicidad. En definitiva,
se trata de un texto musical lleno de sentimientos que nos hace acercarnos a
esa luz mística para que ilumine nuestra vida y nos calme ese dolor que es
estar vivos. Todo para acercarnos a esa eternidad y a ese consuelo que nos
produce pensar en una definitiva muerte. Todo ello se consigue en ese viaje
“terrenal” que va ligado a otro viaje más “metafísico/espiritual” del que nos
hace cómplices y testigo este profesor jubilado de geografía e historia desde
una sensibilidad, delicadeza y ternura que inunda todas y cada una de sus
páginas.
José Ángel Castillo Lozano